Las emociones en los relatos

     © Alberto Omar Walls

 

    Mi misión como escritor es la de intentar hacer de este mundo algo mejor de como lo encontré. No es orgullo huero, sino una forma prudente de dar sentido a esta extraña obsesión por escribir. Nunca sabré si ese objetivo lo estaré cumpliendo, porque la vida es como un juego de billar compuesto de infinitas bolas y desde que le das con el taco sobre una de ellas, ya pierdes la cuenta. Por eso estudio concienzudamente las emociones de mis personajes como si fueran seres humanos.

 

    Hay una diferencia sustancial entre los personajes de una novela y los humanos-personajes de la vida: los primeros se mueven por el binomio acción-reacción; en los segundos, puede cundir el pánico ante el binomio causa-efecto en manos del libre albedrío.

 

   Recordemos que las emociones cuando se alían con los pensamientos, sobre todo los negativos, pueden crear sentimientos específicos muy dolorosos, que son los que verdaderamente hacen daño en las relaciones humanas. A la hora de estructurar los conflictos entre personajes, siempre he de tener en cuenta esta simple ecuación por la que me rijo en todo momento: Sentimiento = Emoción + Pensamiento.

 

    A modo de simples ejemplos, y para comprobar el movimiento de las emociones negativas, les he creado aquí unos esbozos de tres posibles relatos, nada descriptivos, donde apenas se note al Narrador, aunque siempre esté. Hoy me ha parecido entretenido mostrarles la sustancia de tres renuncios. Veamos:

 

     Primer Renuncio: La coqueta engañada

 

   Amanda entró en el laboratorio de su padre y se acercó a recoger el portafolios que le había pedido que le llevara a al despacho. Allí estaba Mauricio que, en cuanto la vio, dejó de mirar en el microscopio y se le acercó solícito. No había nadie más en la estancia que ellos dos, lo que le permitió al joven hablarle sin ambages.

 

- ¿Cómo usted por aquí?

- Ya ve, mi padre que es un olvidadizo y me pidió que le trajera sus apuntes.

- Amanda, yo…

 

     A Mauricio parecía que le costara tragar saliva o arrancar en decirle aquello que le bullía desde el corazón hasta la sesera.

-Usted sabe que yo… -continuó, pero dejó suspendida la frase en el aire.

 

    Amanda quería ganar tiempo y, en la espera a su padre, empezó a ojear los papeles que tenía en las manos, pero sin leer nada de lo que en ellos decía. Le bastaba con sentir cómo se desarrollaban los pensamientos y palabras en los labios de Mauricio y cómo ella lograría sortear sus embestidas. Desde que su madre había muerto en 1901, Mauricio no había perdido la ocasión de intentar manifestarle sus deseos de hacerla su esposa, aunque nunca, como era lógico, se había decidido a pronunciarse en ese sentido. Ella imaginaba sus intenciones, pues desde que fue nombrado ayudante de su padre, el profesor de Fisiología, Humberto de la Puente, no solo habían sido más fáciles los encuentros sino que él los propiciaba con toda intención. Y lo peor de todo es que cada vez que se le acercaba Mauricio, ella pensaba automáticamente en su primo Carlos, aunque este estuviera en Galicia y no lo viera desde el verano pasado. Lo recordaba tan ocurrente, tan gracioso en sus maneras de hablar y luego tenía ese hoyuelo tan pecaminoso en la barbilla, que…, y además estaba la extraña manía de Mauricio en tratarla de usted; él, un treintón, y ella con apenas diecinueve años recién cumplidos. Pero ya estaba oyendo de nuevo hablar al empalagoso Mauricio.

 

-Amanda, usted es una mujer muy juiciosa, por no decir muy inteligente y sabe de las emociones y los sentimientos que poseen los caballeros de bien…

- Mauricio… - le interrumpió sin contemplaciones Amanda.

- Sí, Amanda, dígame.

- Sé cuáles son sus intenciones y le puedo afirmar, sin dudar ni un ápice, que por el momento no quiero, o no puedo, o no tengo intenciones de mantener relaciones con usted…

- ¡Pero Amanda!

- Ni Amanda ni garambainas fritas, que no sé lo que son… ¡lo dicho!

 

    Paremos la narración y veamos cómo puede continuar, pues hay varias posibilidades según se desarrollen o enfrenten las emociones y los pensamientos:

1) Sabemos que la emoción instintiva o primaria junto con el pensamiento dará lugar a la emoción reactiva o sentimiento. Es decir, Amanda tenía ya unos pensamientos preconcebidos sobre Mauricio, y siente las emociones siguientes respecto de él: está a la defensiva, se manifiesta inflexible, se aburre a su lado y se siente desconfiada.

2) No sabemos aún los pensamientos de Mauricio, pero si fueran ciertas las expectativas de Amanda, este personaje-hombre podría sentir, al oír las últimas palabras de ella, las siguientes emociones negativas: tensión, frustración, desánimo y, finalmente, quizá enfado, humillación o resentimiento… Pero vayamos a oírle expresar sus pensamientos y volvamos a la acción:

 

- ¡Señorita Amanda, por Dios, usted se equivoca por completo!

- ¿Cómo dice, Mauricio? ¿Me va a negar que desde hace más de un año sé que está pendiente de mis movimientos?

- No, no lo puedo negar…

- ¿Entonces?

- Es que…

- ¿Le ha comido la lengua el gato? Miso, miso… ¿estará por aquí en el laboratorio?

 

    Observemos que aquí Amanda se vuelve odiosa pues cree sentirlo atrapado. Él tendrá que reaccionar, salvo que vaya a caer en la amargura o la desesperación. Pero observemos qué ocurre en cuanto él se expresa:

 

- Sí que estoy enamorado, Amanda…

- ¿Lo ve?

- ¡Pero de su prima Eloísa, la hermana de Carlos!

- ¿¡Cómo dice!?

- Desde que estuvieron el verano pasado aquí no he hecho otra cosa que pensar en…, por eso, yo… yo quería que usted me ayudara a poder comunicarme con ella. Si no era demasiada confianza por mi parte, abusar de su generosidad, pues… que me facilitara su dirección postal, ya que necesito escribirle. Créame, Amanda, me va en ello la vida…, porque desde que la vi por última vez me siento tan triste, tan desanimado, ¡desesperado, diría yo!, que he llegado a pensar en el suicidio, si es que…

- ¡Mauricio, por Dios, no diga esas cosas! A ver, relaje sus pensamientos, ¡relájese! Sí, sí ya recuerdo, el año pasado… Que ustedes congeniaron muy bien y estaban siempre de bromas, pero yo no me había dado cuenta de nada.

-¡Porque usted estaba siempre con su primo Carlos!

-Claro, claro…

 

   ¿Qué puede ocurrir a partir de ahora? Para empezar, que las emociones y pasiones se relajen, que los malos pensamientos se calmen y que puedan llegar a un pacto o entendimiento entre los dos personajes… Claro está, las emociones positivas, entendidas en un sentido amplio, son la alegría, el interés por la vida, la satisfacción, el amor e incluso el perdón. Están estrechamente relacionadas con el bienestar subjetivo. De hecho, la mayoría de las investigaciones concibe el bienestar como la presencia de emociones o afectos positivos y ausencia de afecto negativo.

 

   Ahora, claro está, para que se dé una buena narración evitaría las relaciones sentimentales blandengues, porque ahí no habrá nunca auténtico conflicto. Lo que no impide, en absoluto, que debamos saber, como escritores, utilizar el amplísimo juego de las emociones. Sigamos ahora con el resto de los ejemplos, pero hagámoslos absolutamente objetivos, en puro diálogo.

 

     Segundo renuncio: Era él

 

- Me he enterado. Me lo ha dicho una amiga en el trabajo; que estuviste casado…

- Bueno, sí, pero hace ya tiempo, y…

- No me lo dijiste. Llevamos tres meses juntos y no lo comentaste siquiera.

- Pensaba que… Bueno, esperaba el momento exacto en que no te…

- ¿Pero por qué? Esto es un renuncio, ¿eh? ¿Lo tienes claro, verdad?

- No te he mentido. No lo había dicho, pero no puede decirse que me hayas cogido en una contradicción, ni tampoco yo te lo niego ahora.

- ¡Solo faltaría eso, que me lo negaras!

- Ya, no lo niego. Me has pillado, pero… no te he mentido.

- Pero es un renuncio… ¿Quién es ella?

- Pues… de esto es de lo que quería haberte hablado hace tiempo, pero…

- ¿Pero qué? ¿La conozco?

- No se trata de eso.

- No más mentiras.

- No… tienes razón, ni renuncios, ni mentiras.

- Pues dime de una vez.

- No lo habrías entendido, creo…no sé…

- ¡Habla ya, que me desesperas!

- ¡No se trataba de ella, sino de él! Esa es la cuestión, que no era una mujer sino un hombre!

- ¿Cómo…? ¿Quieres ahora hacerme creer que yo te he redimido?

- ¡No se trata de redenciones! ¡Yo te amo y eso es todo! ¡No hay más…!

- ¿Qué no hay más? ¿Estás divorciado?

- Si…, bueno…no, todavía no…

- ¿Y en qué lugar me dejas a mí ahora?... ¡La secundona!, ¡la otra! ¿Qué dirá mi familia?, ¡mis amigas!

- Tú eres tú, y siempre serás tú… Únicamente tú…

- Me suena a bolero… ¿Quieres que te diga algo?

- Dímelo.

- ¡Te mereces una cachetada y te la voy a dar ahora mismo!

- ¡Ay!... ¡con qué coraje atacas! ¡Si pareces un tío!... ¡Anda, vente aquí y hablemos sosegadamente de todo esto…!

 

       Tercer renuncio: La sopa fría

 

- ¡Carla, le dije que no soportaba la sopa fría! ¡Llévesela!

- Es el microondas, que no calienta como Dios manda.

- No meta a Dios en estas cosas, y caliénteme la sopa.

- ¡¡¡Señora!!!

- ¿Por qué grita? Venga aquí… ¿Qué quería decirme?

- ¡Que se acaba de ir la luz!... Vamos, la electricidad.

- Suba la palanca…

- Creo que no hay luz en toda la escalera… Será el edifico. No sé si el barrio entero.

- ¿Y?

- Pues que no me dio tiempo de calentarle la sopa.

- Hay un camping gas en la despensa. ¡Vaya y caliénteme la sopa!

- ¡¡¡Señora???

- ¿Por qué grita? Venga aquí… ¿Qué quería decirme?

- ¡Que se había gastado la bombona del camping gas y no hay repuesto! ¿Qué hago?

- ¡Vaya, mujer, hoy no le sale nada derecho!... ¡Me voy al bar de la esquina, y espero que allí sí tengan luz!

- Y menos mal, señora, que estamos en el tercer piso, que si no…

- ¿Por qué lo dice?

- Oh, pues quizá el ascensor…

- Pero si el ascensor tiene encendido el piloto de la luz. ¡Hoy no se entera de nada, Carla! Yo ya me voy, haga lo que quiera…

- Vale, señora.

- ¡¡¡Carloootaaaa!!!

- ¿Por qué me grita, señora, por mi nombre entero?

- ¡Se acaba de ir la luz y estoy trabada entre el segundo y el primer piso…! ¡Llame al portero!

- ¡Está de vacaciones, señora!

- ¡Haga algo, que estoy empezando a sentir claustrofobia!

- ¿Llamo a los bomberos?

- ¡Llame a quien quiera, pero haga algo!

- ¿Señora…?

- ¡Queéé…!

- ¿Me perdona si le confieso que el microondas estaba bien?

- ¡Quééé!

- ¿Y que la bombona del gas estaba llena?

- ¿Pero…quééé?

- Y sobre todo, señora, ¿me perdona si le digo que no la soporto más y que me despido ahora mismito?

- ¡Carlaaaa, le ordeno ahora mismo que venga aquíííí!... ¡¡¡Sáquenme de este antroooo!!!

 

    Hoy han sido estos tres ejemplos sobre la estrecha relación que los pensamientos de los personajes (o personas) ejercen sobre sus emociones y, por tanto, actitudes y acciones.

 

    Quizá, mañana, más…

 

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