Hace ya tiempo que mi amiga Migda me envió un acertijo cuajado de gracia y un tanto recriminatorio contra las posibles actitudes machistas de algunos. Pero el juego es muy serio, aunque se basa en algo tan insignificante como un mínimo signo de puntuación. La coma es el terror de los jóvenes estudiantes y la maldición de los profesores, o el tempo de algunos escritores de respiración interior, pero también es la aguja del guardavías ideológico que subyace en el interior de todas nuestras cabecitas humanas.
Nuestros pensamientos recorren un largo territorio surcado como mínimo por imágenes, conceptos, emociones y sonidos.
Lo que decimos al hablar y escribir tiene sus tonos propios, sus cadencias y variadas insinuaciones, y sus similicadencias emocionales que hasta ahora no nos las proporciona un robot. Podríamos llamar a ese hecho referido a la entonación, para simplificar conceptos, musicalidad del hablante. Porque nunca será lo mismo que nos de las gracias en la gasolinera una máquina expendedora de combustible, fría, distante y sin inflexiones, que un ser humano con quien se puede producir una realimentación comunicativa. Esto está claro, de igual manera que en hablantes de la misma lengua variará la entonación de una región a otra, o los acentos y tonillos entre hablantes extranjeros que intenten hablar otra lengua distinta a la suya. En fin, que la voz humana, al emitirse el aire en la fonación en el momento de hablar, se muestra con una musicalidad específica de significados en que entran a formar parte tanto el contenido del mensaje como la actitud psicológica y emocional del hablante… Si fuera el caso de la entonación del verso en alta voz, sería distinto, pues ahí entran a formar parte de este hecho específico dos musicalidades que coadyuvan a la comunicación: la curva de entonación semántica y la que aportan los elementos rítmicos específicos del poema.
Pero volvamos al caso: esta amiga me había enviado un mensaje lleno de sentido que hacía referencia al poder tan grande que una sola coma puede tener en el lenguaje escrito y me instaba a que leyera y analizara, desde esa perspectiva, el siguiente texto con la promesa de que luego se debía tomar conciencia de los juegos del subconsciente: “Si el hombre supiera realmente el valor que tiene la mujer andaría en cuatro patas en su búsqueda. Si usted es mujer, con toda seguridad colocaría la coma después de la palabra mujer. Si usted es un hombre, con toda seguridad colocaría la coma después de la palabra tiene”.
Desde el principio, cuando leí el texto, coloqué la coma donde, según Migda, la habría puesto una mujer. Pero una vez que me sentí gratificado, porque el mensaje me lo había enviado precisamente una amiga, caí en la cuenta del dilema que el equívoco de la frase planteaba y entrañaba, y del posible dislate cometido cuando el baile juguetón de las comas te obligara a dirigirte en una sola dirección.
No se trataba en absoluto del dilema de contenido que le planteó al rencoroso judío el gran Shakespeare en el juicio final del Mercader de Venecia. Pero sí que se ejercía un juego similar al que Jacinto Benavente, nuestro premio Nobel, expuso sutilmente también en el final de su obra teatral titulada Los intereses creados [obra que representamos el TEU en el Paraninfo de La Laguna con motivo de su inauguración allá de 1958]. Lógicamente, aunque como hablante nos importe un ardite este tipo de estratagema literaria, el buen autor debe guardarla siempre en sus dramas para cuando esté próximo el desenlace. En cualquier caso, en el drama, se tratará de la entonación y cadencias del habla sobre el escenario, aspectos que el buen actor deberá instrumentalizar a la perfección.
Hasta hace poco impartí clases de interpretación del verso en la Escuela de Actores de Canarias, y durante años, hasta mi jubilación, tuve la costumbre de iniciarlas con un juego musical de la voz parecido al de mi amiga Migda. Recordaba en ese juego de entonaciones al gran maestro teatral Stanislavski, quien cien años atrás también le exponía a sus alumnos el siguiente acertijo: Estamos en la vieja Rusia, y llega un telegrama dirigido al preso Nazcha. Lo abrió el carcelero y leyó un texto escrito en mayúsculas, sin signos de puntuación ni el consabido y genérico stop. Leyó lo siguiente: "PERDÓN IMPOSIBLE ENVIAR A SIBERIA".
Durante años, imitando al gran maestro, les preguntaba siempre a mis alumnos: ¿Dónde habrá respirado, y puesto la coma, el carcelero? Era obvio que colocar la suspicaz coma tras una palabra concreta, condenaba a Nazcha; y ponerla tras otra también concreta, lo salvaba de ir a Siberia. ¿Saben cuáles son los significados de esas palabras si nos basamos en la respiración, pausa, inflexión o silencios del carcelero? En fin, ¿en ese caso concreto dónde habrá respirado y puesto la coma?
Y les advertía: ¿comprenden ahora el valor de la respiración y, sobre todo, la pausa cuando se habla?