"La isla desierta"
Este cortometraje, donde colaboro, se rodó muy poco tiempo después del confinamiento. Lo pongo aquí como novedad. Cuando tenga un poquito más de tiempo, expondré los nombres de los responsables.
Po Chou Chi es un joven cineasta chino que tiene ya más de 27 premios de cine de animación por sus trabajos. Se formó como pintor en una universidad de Taiwan y ahora estudia en UCLA, Los Ángeles, EEUU. Llama la atención la especial sensibilidad y perfección que imprime a sus trabajos. Aquí les adjunto dos de sus cortos impecables que pueden visionar en muy pocos minutos [El Faro y La gaveta de la memoria].
Me llama la atención del primero, El Faro [The Lighthouse], el meticuloso homenaje que le rinde al padre, tema nada corriente en occidente, pues aquí lo lógico es, desde Freud a las nuevas generaciones, superarse a sí mismo matando al padre. Es curioso que ese detalle suyo de respeto a la figura paterna no le haya impedido hacer los trabajos creativos, magníficos, que ha hecho, tener mujer e hijo, e irse a perfeccionar su técnica y buscar nuevos horizontes en el mundo del cine americano. La gaveta de la memoria [The Drawer of Memory] es su primer trabajo de animación.
Los fetasianos Rafael Arozarena e Isaac de Vega son los protagonistas de este film documental de David Baute.
Deben visionarlo porque en él se deja testimonio no solo de estos dos magníficos escritores, sino de los otros miembros ostrados que componían el pequeño grupo de narradores de los años cincuenta del pasado siglo.
A este vídeo presté mi voz en off con sumo cariño, e hice también alguna declaración sobre la personalidad de ambos escritores.
Muy buen documento sobre unos magníficos escritores que, como siempre con sus creadores, en las bellas tierras isleñas, se tiende a olvidar y ningunear...
Había escrito para el grupo de Eduardo Camacho, Los Ambulantes, El Lazarillo de Tormes, una versión sobre todo mímica [experiencia de la que hablo en el artículo titulado Eduardo Camacho, poliédrico creador]. Al año siguiente estrenamos también con Los Ambulantes, en febrero de mil novecientos setenta y cuatro, en el exquisito espacio llamado El Almacén de César Manrique y Pepe Dámaso, La Estatua y el perro. He de reconocer que le tengo una debilidad especial a este montaje. De hecho tuvo tal resonancia social que llegó a propiciar una intervención artística plurimedial. Es decir, el realizador de cine Josep Vilageliú rodó su película titulada de la misma manera, La Estatua y el perro, con el grupo Los Ambulantes y la dio a conocer proyectándola en varios centros y espacios culturales al año siguiente. Mientras, y por otro lado, el pintor y fotógrafo Imeldo Bello, creaba una bella exposición itinerante titulada Fotografía otra: sobre La Estatua y el perro. No cabe duda que en aquel montaje, Eduardo Camacho le mostró a su público lo mejor de su condición plástica. En el programa de mano escribí cosas como éstas:
Una estatua, un perro. ¿Qué estatua no ha levantado su pata ante un perro y qué perro no ha levantado su pie ante una estatua? Protagonistas: un perro y una estatua. Accidentes: un hombre y una mujer, un Dios, unos hombres, algunas guerras (malvadas)… Una estatua, de pura piedra, pasa lentamente en el paseo de un parque (¡ahí la Historia!), ve a un perro, un can sencillo, levanta un pie y moja las lanas del perro. Segunda parte (¡sigue la historia!), un perro camina a cuatro patas, en el lento paseo de su monotonía, al fondo una estatua con pretensiones de eternidad, con bostezos de simbologías. Bordea la piedra hecha estatua el lebrel sin dueño, olfatea el cubículo que hace de sostén al mito erigido, huele el sabor a eternidad trasnochada, remira unos segundos más, levanta la pata izquierda trasera… se mea muy, muy lentamente…
Y, al final, la Estatua estornuda ostensiblemente. Claro está, la estatua, era la Estatua de la Libertad, la que se halla colocada en Manhattan como símbolo de un concepto democrático que en aquella época nuestro país apenas imaginaba, porque en esos años no había libertad. Y, aunque ya advertimos más arriba del tono aperturista en que nos hallábamos y aprendíamos a movernos, no cabía ninguna duda de que la sencillísima historia de un perro y una estatua (la de la Libertad) a la gente le llegaba impactándole a distintos niveles.
Desconozco si existen imágenes filmadas del montaje hecho por Eduardo para aquella ocasión en el interior de El Almacén. Se trataba de un espacio muy bello, pero pequeño, obstaculizado por escaleras, puertas y ventanas, pero, al mismo tiempo extremadamente propiciador de una búsqueda de nuevas salidas a los espacios escénicos tradicionales, como el Guimerá de Santa Cruz. Con lo que, dada la orografía de aquel específico espacio escénico de El Almacén, Eduardo tuvo que valerse de su mejor creatividad para conferirle a la extrema cercanía con el espectador un valor añadido, y dotarles a las distintas alturas un juego de especialidades que le permitirían jugar tanto con la sorpresa como con el susto. La cercanía de público y actores sordomudos creó una magia tal y un revuelo tan hondo de todo lo visceral, que de aquel extraño e impactante montaje se estuvo hablando durante tiempo. ¡Porque para sumar sorpresas estaban los sonidos inquisitoriales, aberrantes o escalofriantes, de los actores para garantizar el impactar sobre los oídos tenidos por normales de los espectadores! Como es sabido, este grupo, Los Ambulantes, estaba formado única y exclusivamente por actores sordomudos. Uno de los mejores aciertos o hallazgos de Eduardo fue hacerlos hablar, no sólo con el gesto (pues ese fue siempre su principal estilema teatral), sino, además, con sus propios aparatos fonadores. Las actrices y actores sordomudos se expresaban en el escenario tanto con los valores gésticos como con la voz, y esa unión o mezcla sobrecogía invariablemente a todo espectador, fuera de la geografía que fuese. Lo que le confería al drama del tímido perro y la Estatua (al Individuo frente a su Libertad) un patetismo profundamente grotesco, esencialmente por lo que mostraba de deformante, e incomunicativo, en un mundo de hablantes.¡Las simbologías revolucionarias estaban bien servidas!
El periodista catalán Angel Joaniquet[1] escribió en 1976 sobre La estatua y el perro, con motivo del estreno de la película de Joseph en Barcelona. En ese comentario periodístico no solo dijo que se trataba de un poema visual de la crueldad expresado por gente que está harta que se la subestime, sino que nos mostró una serie de reflexiones en torno al montaje de Eduardo, y al grupo de Los Ambulantes, junto al propio punto de vista utilizado por el director de la película, sumamente interesantes:
Esta ha sido la gran mujer de mi vida. La había estado buscando desde siempre. Hoy la encuentro y resulta que no tiene ideales. ¿Qué hacer? ¿Qué no hacer? ¿La mato o simplemente la martirizo? Estos textos corresponden a la obra teatral de Alberto Omar, La estatua y el perro, dramatización puesta en escena por un grupo de sordomudos. Los aficionados al teatro extraño recordarán aún la rara, agresiva e incluso revulsiva, por molesta, representación que hará cosa de un año un grupo de sordomudos canarios, dirigidos por Eduardo Camacho, presentaron en Barcelona un insólito espectáculo en la Sala Villarroel. Cómo olvidar aquel espectáculo donde gritos desesperados brotaban de unos actores imposibilitados de usar un lenguaje oral articulado. Imposible no recordar el patetismo de sus gestos o su diálogo transmitido bajo la técnica mano-expresión, superando de por sí toda la estética de la pantomima. Pues bien, un joven realizador afincado en las Islas Canarias, Joseph M. Vilageliu, ha recogido la ruda estética de esta pantomima violenta al poner en escena cinematográfica la terrible crueldad de este mundo de silencio… La planificación de la propia película muy a lo cine directo, así como a la actuación de los personajes, antidramática por excelencia en el sentido tradicional, más propia del poema visual, cine poesía, protagonizado por las vanguardias de las entreguerras, por algún cineasta brasileño o por el actualísimo Pasolini…
[1] “Una anti-paternalista película para sordomudos”, Angel Joaniquet, MD, 27 Marzo, 1976, p.21.
Javier, arquitecto con un futuro prometedor, se trasladó en los años setenta a Madrid para desarrollar allí su carrera. Ahora vuelve a La Laguna, preocupado por su hermano Alfredo, pintor, de quien no tiene noticias desde hace varios años. El reencuentro con la ciudad y sus gentes, que le parecen suspendidas en el tiempo, le impulsa a preguntarse por el sentido de la vida que ha llevado hasta ahora. Entra en contacto con antiguos amigos, que todavía siguen reuniéndose en una tertulia, pero se siente muy alejado de ellos.
Para mantener la vinculación con su realidad anterior y no verse engullido definitivamente por esa nueva ‘ciudad interior’, escribe cartas a su mujer. Hasta que un día acude a una exposición, donde por fin recibe noticias de su hermano, y huye perseguido por dos de las modelos de Alfredo.
Dirección: Josep M. Vilageliu.
Guión: Manolo Chinea y Josep Vilageliu.
Fotografía: Jaime Ramos, en color.
Montaje: María Dolores Pueyo.
Música: Enrique Guimerá.
Intérpretes: Alberto Omar Walls, Aníbal Suárez, Concha Cánovas, José M. Pantín, Aurelio Carnero, Vajira de Silva, Irma Vep, Cintia Moreno.
Producción: Josep Vilageliu, Océano Prod. Y Datana Films (España, 1993). Duración: 53 min
La ciudad interior, localizada íntegramente en San Cristóbal de La Laguna y con una decidida vocación experimental, tanto visual como de contenido, es en cierto modo una continuación
de la trilogía iniciada con Venus vegetal (1992). Según su director, se trata de una obra más premeditada, con un guión también abierto pero con una estructura fijada de antemano y que se respetó durante todo el rodaje.
El film Iballa, dirigida por Josep Vilageliú fué rodado en 1987 en 16mm. como colofón al programa de TVE, creado y conducido por Javier Jordán titulado Cine Canario. Iballa asume aquí el nombre de la princesa guanche y cuenta la historia del Señor de La Gomera, Hernán Peraza, quien en 1488 sufre tal descalabro que le acaece su muerte. Su viuda, Beatriz de Bobadilla, propicia múltiples sufrimientos a la población indígena, a la que acusa de la muerte de su marido. Bien cierto es que aunque la historia se apoya en este supuesto, está claro que miembros destacados del Real, apoyados por la Corte, intervinieron para que eso se produjera. El personaje que en este corto yo encarno, Alberto Omar Walls, es uno de ellos y se llamaba Agustín Nuñez. Gajes de la actuación, me gustan más los personajes de malo que los de bueno...
Aquí más abajo les va el enlace de cuatro magníficas historias subvencionadas por Tarjeta Naranja, Financieramente Incorrectos de Argentina [www.tarjetanaranja.com].
Se titulan: Sueños o Vendedor de sueños, Corazón, Soldados y Amigos. Las cuatro me gustan, me parecen interesantes, de buena factura y con su mensaje o ideología sumamente humana, y no importa eso, porque creo que el cine debe valer para todo, para entretener, para generar inquietud, dolor o terror, para divertir y lanzarte a las carcajadas, para enternecerte hasta el borde de la lágrima, para lo que sea…, pero que esté bien hecho.
Y estas cuatro historias lo están. Y la que me pareció que contenía un juego premonitorio sorprendente fue Soldados. Bien, véanlas cuando les parezca, son bastante cortas y no les llevará mucho tiempo.