Juegos de niños

Por Alberto Omar Walls

 

      Un niño mira para el cielo viendo cómo su hermosa cometa, que es un pájaro de papel de múltiples colores, revolotea delante del sol haciendo carantoñas y enseñándole la lengua.

      A veces el viento le da tirones a su cuerpecito, pero sus dos manos permanecen fuertemente asidas de la corta caña que sujeta el cabo de la cuerda. Él teme, desde hace tiempo, que en uno de esos bandazos su hermoso y ligero juguete se lo lleve volando por los aires, por eso se aferra al bramante para que si acaso eso ocurre no lo abandone en tierra. Prefiere dejarse helar las manos antes que soltarla y aprieta cada vez más fuerte sus manitas aunque le duelan los dedos por dentro.

     Aún recuerda de cuando una vez lo levantaron los aires fuertes más de cinco palmos sobre el suelo. No había sido con ésta, la hazaña fue con otra mucho mayor que estaba adornada con una cola muy larga que anduvo revolándola de aquí para allá toda una mañana del verano pasado con su hermano mayor y también entonces sólo le interesó ver bien colocada arriba su cometa y correr muy rápido, ahí abajo, mientras ella lo seguía a todas partes como un perrito dócil de los cielos.  

      Un ruido de motor lo distrajo unos instante y fue porque detrás de su cometa, pero mucho más arriba, pasaba un avión enorme dejando tras de sí una oscura cola de humo. Atinó a divisar escritas sobre el fuselaje unas letras que no supo descifrar, pero como se colocó por visera la otra mano sobre la frente dándole sombra a sus ojos, sí observó que del vientre del avión en marcha algo se desprendía y quedaba rezagado en medio del cielo pero que pronto comenzaba a bajar rápidamente.

      No había que extrañarse de que no entendiera las letras que estaban pintadas en el avión, pues sólo había aprendido a jugar con el viento y tampoco comprendía lo que decían en las radios o la televisión sobre tantos malos presagios, o de qué manera se han hecho las gentes espectadoras de las guerras y violencias en nombre del poder. 

      Congelada en la eternidad hay una imagen de tonos grises: sólo parece que un niño juega.

     Está sabiendo muy pronto qué cosa es ésta de vivir en el mundo, y tan rápido lo aprende que no tiene tiempo siquiera de grabarlo en su memoria infantil, pues un impacto violento arranca tierra y piedras del suelo elevándolas por los aires junto a su cuerpecito ya herido de muerte.

     Pero aún un niño juega con su cometa, mientras una lluvia muy fina de agua nieve le vela aún más la imagen del sol desvaído.

     En esos últimos segundos de vida, apenas atina a constatar que a pesar del bramido terrible no ha soltado su mano del cabo de la cometa y que ésta se está elevando cada vez más y más libre como si fuera absorbida por los rayos del sol.

     Él mismo también presiente que se dirige veloz y alegre tras su hermosa cometa como si galopara a grupas del viento. 

 

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