¡El Feo!

 

             Por Alberto Omar Walls

 

       Le habían dicho que era vago y torpe para los estudios. Además de nada ágil para jugar al fútbol y que nunca sería un buen deportista. Siempre alguien tira la primera piedra, luego te da lo mismo todo: las evaluaciones que no suben, el profesor que siempre te tranca hablando con alguna chorva, en la casa que todo huele a hipocresía, que a la piba le das asco porque dice que sólo piensas en lo mismo y, sobre todo, que el futuro se te cierra cuando la abuela, aún queriendo apaciguar ánimos hogareños, cuenta que seguro tienes mala suerte porque naciste en medio de un eclipse de sol.  Como era un perdedor, a alguien se le ocurrió decirle que era feo y, junto con lo demás, eso también se lo creyó.

        ¿A quién importa que sea un patoso, que tropiece y rompa objetos para llamar la atención? Para cuando les dice por lo bajo a los viejos que deja de estudiar, que eso no es ya para él, en casa todos se ríen despectivos y le comentan: ¡con este niño no hay quien pueda!, ¡haz lo que te apetezca!, ¡te damos por im-po-si-ble!

      Es trágico descubrir a un adolescente cuando se queda con la mirada perdida y los ojos llorosos reflexionando, sin comprender, sobre el lapidario término imposible. Vio a los chicos jugar en la calle y apenas se inmutó, tampoco cuando descubrió por la acera de enfrente a la piba zalpetilla que le hacía brincar el corazón y lo incitaba siempre a escarbarse con la derecha entre los calzoncillos, pero no se movió del sitio. Hasta pasó de su colega inseparable cuando lo telefoneó, aunque también fuera un tío imposible como él.

     Le dio mil vueltas a las bolas hasta que le dolieron, mientras pensaba que si le han dado por imposible, querría decir que no era un ser posible.

-… y si no soy posible es que no existo y al no existir... Pero si no existo, ¿por qué he estado haciendo lo que hago?, ¿y si soy imposible, por qué me he esforzado en comportarme como ellos querían?

Al rato se serenaba, miraba al infinito y se repetía:

-… ¿pero imposible para quién? ¿Para ellos, que deseaban moldearme desde sus propios caprichos y desesperanzas? ¿Pero si nadie sabe quién soy?...¡Y a quién le pedí que me trajera al mundo!


   Esa tarde cogió el MP4 de su hermano y se encerró en el cuarto de la azotea. Durante cuarenta minutos estuvo largando por la boca, a grito pelado, todo lo que le vino en gana. Eran las ocho de la tarde y si bien estaba ya cansado de hablar o gritar, aún seguía mareado por la rabia, ansioso por el miedo a la soledad y deprimido por estarse odiando tanto. Tras cascársela con furia, pudo quedarse dormido sobre el sucio colchón de bebé de la azotea. Ese fue su primer día de sentirse auténticamente imposible.

    A la mañana siguiente, cuando iba para la cocina a mendigar el desayuno, le entró ganas de llorar y recordó una frase de hacía tiempo: ¡los hombres no lloran, pues se ponen feos! Ya lo tenía, imposible quería decir que era una cagada, que su rollo no era guapo. Y salió a la calle sin desayunar ni lavarse siquiera. ¿Para qué, si era feo? Tuvo lo que él llamó una luz cuando estaba en la plaza del barrio:

    -… pero no puedo ser imposible del todo porque soy feo, y eso, al menos, es algo.


    Había que defenderse contra la neblina y las sombras, había que luchar por ser algo, con voz, manos y cuerpo. Desde entonces no tropezó más casualmente con las cosas, porque las tiraba o rompía adrede. Ostentaba su mueca más fea en la carcajada porque suponía que el grito de guerra tenía que ser tan feo como él.

     Se hizo llamar El Feo.

    ¿Quién rompió las farolas y regó las bolsas de basuras por el suelo? ¿Quién dejó los grifos del agua abiertos? ¿Quién se pegó a matar con otros chicos del mismo barrio? Ya no había dudas, El Feo.

      A pesar de las espinillas en la cara, se empató con una piba algo mayor que le gustaba birlar los autos. Él no lo había hecho nunca, pero la chocha le tiró del cariño y gracias a ella había dejado de cascársela. Al cuarto intento de robar, los trancaron.      Y se hizo su vida una bola de nieve que iría cayendo cada vez más y más. Al cabo de los cinco años, joven aún y cuando parecía que su ego autodestructivo le confería un nuevo ente posiblemente más canalla aún, sin saberse cómo, le segaron la vida en medio de una reyerta callejera.

    Viéndose muerto lloró abiertamente, importándole poco comprobar que en ese momento sí que estaba poniéndose muy, pero que muy feo...

 

 



[1] Aquí les va el enlace de la película completa titulada La Educación Prohibida. Estés o no de acuerdo con todo lo que aquí se plantea, intenta oírla al completo, tómate tu tiempo. Es una magnífica experiencia producto de un trabajo genial, de una labor generosa e inmensa que a todos nos educará profundamente, educadores, padres, alumnos, curiosos...

http://www.youtube.com/watch?v=-1Y9OqSJKCc&feature=em-share_video_user

 

 

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