Ángel de Amor

              Por Alberto Omar Walls

 

 

            No voy a contar toda la historia, pero sí que intentaré explicar el por qué muestro aquí este fantástico fragmento de un cuadro de Hans Baldung (Grien). A esta figura siempre la he tratado como si fuera mi Ángel preferido. Me ha acompañado, siendo una simple postal de museo, durante muchos años. Todo empezó porque un verano, ya no recuerdo bien en qué año, viajamos desde Cádiz a Viena en coche. Iba con Olguita, Mariano Vega y el hijo de ambos, Euyin, recorriendo miles de kilómetros, columbrándonos mapa arriba, siempre con un destino más o menos aproximado, pero sin saber con exactitud cuál habría de ser nuestra meta final. Decir ahora que siempre he admirado a Olguita, es decir muy poca cosa de su inmensa generosidad. Recuerdo que Olga fue la gran sacerdotisa de una etapa de este viaje iniciático que es la vida misma. Nuestro reducido convoy era muy alegre, magnífico, pero por siempre recordaré la vitalidad inquebrantable de esta mujer. Mi amiga derrochaba a manos llenas la generosidad no sólo de su alegría de vivir, sino la clarividencia de una intuición inquebrantable que nos mantenía permanentemente unidos. Amaré siempre a gente así…

 

          Precisamente este martes próximo, día 13 de noviembre, presenta Fernando Delgado en el Ateneo de La Laguna el libro homenaje a nuestro recordado amigo el poeta y dramaturgo Mariano Vega, producto de la recopilación de textos que muchos expresamos en su honor precisamente en el salón de la entidad de la que fue presidente.

 

         En todo viaje que emprendes, sea de la catadura que sea, nos acompañará la ilusión y un ángel, evidentemente invisible, que cuidará nuestras acciones y sus posibles consecuencias negativas. Llamo ángel al hálito de vida que nos construye creativamente a través de nuestros actos, acciones y encuentros. Nuestro viaje de Cádiz a Viena, que sin duda tuvo el valor de un rito iniciático, también fue extraordinario, hermoso, sugerente... Nos trasladábamos en el espacio de una geografía europea, pero también nos movíamos en nuestro interior, que siempre va más allá de cualquier geografía conocida porque se conecta directamente con el Universo.

 

            Uno de aquellos días del viaje, dimos en parar en la húmeda y exquisita Friburgo. La rodeaba el agua y su runruneo circular, subterráneo, que te podría recordar a un posible gato cósmico que estuviera bebiendo del líquido subterráneo, con su lengüita mágica, mamando directamente de la inmensa masa líquida de un océano. Allí estuvimos en el famoso Museo Agustino. Y me prendé del pequeño cuadro titulado Amor con flecha flameante [1530], del gran pintor Hans Baldung Grien. El Museo Agustiniano, Augustinermuseum, fue en su época un monasterio de eremitas agustinos, y se trata hoy de un importante museo que contiene abundante material en papel, como documentos, mapas, ilustraciones, además de numerosas esculturas de los monasterios de Friburgo, tapices, joyería, pinturas originales y tallas de madera.

 

            El alemán Hans Baldung, que estuvo trabajando en el taller de Durero, en el que permaneció unos cinco años, marcando una importante influencia en sus grabados, entre 1512 y 1517, residió en la ciudad de Friburgo para trabajar en su obra maestra, el Retablo de la Catedral. En nuestro país español es más conocido por las dos maravillosas tablas del Museo del Prado de Madrid, Las Edades y la Muerte y La Armonía. Las tres Gracias. Al parecer las dos tablas fueron un regalo del Conde de Solms a Juan de Ligne, y compradas por Felipe II para su colección privada, con lo que permanecen definitivamente en España, en las salas del Palacio Real, hasta que Fernando VII tuvo la democrática idea de liberarse de la colección completa, entregándosela al Museo del Prado en 1814. Desde entonces, está en Madrid.

          

            Mi amado ángel, que aparece pintado en un pequeña tabla, y que aquí ves no es tal, sino una representación que Grien hizo del joven dios Amor, quien luce en lo alto, cerrada su mano en puño, una flecha llameante, mientras su ojo derecho mira hacia alguien a quien jamás conoceremos. Hay como el esbozo de un pedazo de cabeza de mujer en el margen inferior derecho, que se dice podría pertenecer a la mismísima Venus. La magistral imagen pintada del dios Amor, es decir,  mi ángel, es el único superviviente de lo que quizá fuera una pintura de corte erótico con una altura superior a los ¡dos metros! Por eso llamo a esta pequeña tabla Ángel de Amor.

 

             Pero nadie hasta ahora ha sido capaz de dilucidar qué ocurrió con la otra parte del cuadro del genial pintor que fuera Hans Baldung (el Verde), y eso no ha dejado nunca de intrigarme. Mucho menos que a los coleccionistas y museos del mundo, claro está, pero siempre he deseado saber en qué contexto estuvo situado mi ángel en el primitivo original, es decir el supuesto dios Amor. Yo tengo una teoría un tanto descabellada y, para mí, imposible de demostrar. Pero me gustan los juegos diletantes...

 

            Quizá algo menos conocidas que las del Prado, sean las otras dos obras que figuran en el Museo Thyssen. Para mi comentario y reflexión, interesa recordar una de ellas, la que representa el sorprendente primer enlace matrimonial de la humanidad, el de nuestros atávicos padres Adán y Eva. Es una bella tabla no exenta en absoluto de la naturalidad que puede acompañar a un desnudo actual de una pareja joven, si tuviera la feliz idea de fotografiarse o retratarse al natural. En esa tabla, el maestro Hans Baldung trata a la primera pareja, a los padres de Caín y Abel, con mucha comprensión y donaire, hasta el punto que la Manzana de la discordia (histórica más que ninguna otra manzana) está medio oculta en la mano izquierda de Eva, mientras con la derecha se sujeta, al parecer, de una especie de manto o cortina colgante, o liana de árbol milenario.

 

            La pregunta es, ¿hacía quiénes miraba mi Ángel o dios Amor? ¿Qué objeto colgante agarra con su mano izquierda? ¿Es un manto, una cortina, una liana de árbol milenario?

 

 

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