Toqué sus pies con profundo respeto

 Historia popular reconstruida por Alberto Omar Walls

 

        Conocido como Junnaid o Junayd de Bagdad, vivió entre el año 830 y el 910. Fue ya en su tiempo un destacado miembro de las órdenes sufís musulmanas. Con sus profundas ideas teológicas proponía la aniquilación del ego, con el objeto de estar en una comunión permanente e íntima con Dios.

 

    Renuncia, retiro de la sociedad, concentración en la devoción, la honestidad o conciencia, la contemplación y el recuerdo de Dios, son sólo algunos de los estadios y actitudes que debe ejercitar el buscador del universo interno. Junnaid afirmaba que el sufismo es un camino muy especial para llegar a Dios, y que no era válido para el hombre común, porque se trata de purgar nuestro corazón de todos los deseos que le son afines a los  individuos comunes. Pero vayamos a la historia o anécdota sobre este gran místico que aún nos sirve de leyenda y ejemplo.

 

       El gran maestro sufi Junayd fue consultado por uno de sus discípulos cuando se estaba muriendo: Maestro, por favor, siempre hemos tenido una pregunta en la mente pero nunca ninguno de nosotros ha sentido el coraje suficiente para hacértela, ¿quién fue tu maestro?

 

      Junayd se tomó tiempo para contestar y, por fin, le dijo: me resultará muy difícil responder porque he aprendido de casi todos. He aprendido de cada suceso ocurrido en mi vida. Toda la existencia ha sido mi maestra. Para satisfacer vuestra curiosidad os voy a contar tres de mis muchas experiencias vividas. La primera es esta: tenía mucha sed y me dirigía hacia el río con mi cuenco, mi única posesión. Cuando llegué al río, un perro vino corriendo, saltó al agua y comenzó a beber. Le observé un momento y arrojé el cuenco lejos de mí, porque me di cuenta de que era inútil. Salté dentro del río y bebí todo lo que quise. Todo mi cuerpo se refrescó. Di las gracias al perro y toqué sus pies con profundo respeto porque me había enseñado una lección. Si bien lo había dejado todo, todas mis posesiones, tenía cierto apego por mi cuenco. Era muy hermoso. De noche lo ponía bajo mi cabeza, como almohada, para que nadie me lo quitara. Era mi último apego, y el perro me ayudó. Aquel perro fue uno de mis Maestros.

 

      Siguió Junnaid contando: pero este otro fue mi segundo Maestro… Andaba por esos campos en busca de experiencias que me dieran la realización espiritual, y me perdí en un bosque de una región desconocida, y cuando llegué al pueblo más cercano ya era media noche. Al estar todo el mundo dormido, empecé a deambular de aquí para allá por si me encontraba a alguien aún despierto que pudiera darme cobijo. Por fin me encontré con un hombre, y le dije: parece que tú y yo somos los únicos que estamos despiertos en todo el pueblo, y como no tengo dónde dormir, ¿puedes acogerme esta noche?  El hombre me respondió al punto: puedo ver que eres un monje sufí y me siento un poco avergonzado de llevarte a mi casa. Estaría muy dispuesto si no fuera porque he de advertirte de quién soy… ¡soy un ladrón! ¿Te gustaría ser el invitado de un ladrón? Como sea que dudé, el ladrón dijo: de hecho soy yo el que debería tener miedo de ti, porque podrías tratar de cambiarme. Invitarte supone un riesgo para mí, pero no te tengo miedo. Ven a mi casa, come, duerme y quédate el  tiempo que desees… Y así fue, me alimentó y dio de beber y, aunque era muy tarde, me dijo:

 

         -Ahora me iré. Tengo que ocuparme de mi trabajo.

 

       El ladrón volvió a primera hora de la mañana. Al verle entrar por la puerta, le pregunté si había tenido éxito:

 

         - No, hoy no, pero mañana ya veremos…

 

      Y de la misma manera continuó durante treinta días, el tiempo que estuve en su casa. Mientras yo salía por las mañanas y andaba los caminos hablando con las gentes tenidas por sabias en la zona, por el contrario el ladrón salía cada noche y volvía al amanecer con las manos vacías. Pero nunca estaba triste ni frustrado, siempre se expresaba feliz. Me decía:

 

      - No importa. He puesto lo mejor de mí en el intento, mañana volveré a intentarlo…

 

       Al mes me fui del lugar y durante años traté de alcanzar la iluminación, aunque siempre fracasaba. Y cuando pensaba abandonar mi proyecto de vida, me acordaba del ladrón y continuaba. Así fue que el ladrón se convirtió en el segundo de mis mejores Maestros…

 

       Tomó un sorbo de té Junnaid, miró fijamente hacia un punto inexistente en la pared, inspiró con gusto el aire, sonrió y empezó a contar el relato de su tercer Maestro: sin saber porqué, un día entré en un pueblecito muy pobre. Tropecé con un niño que llevaba una vela encendida. Iba en dirección al pequeño templo de la localidad para dejar la vela ardiendo durante la noche. Para trabar un poco de conversación con el muchacho, le pregunté si sabría decirme de dónde viene la luz… El niño apagó la vela y me dijo:

 

       -¿Has visto como se ha ido la luz? ¿Podrías decirme hacia adonde se ha ido? Si me dices adónde ha ido, te diré de dónde viene, porque es el mismo lugar… ¡Ha vuelto a su fuente!

 

     El Maestro sufí terminó su relato, diciendo: a lo largo de tantos años había estado con grandes filósofos, pero nadie me había dicho nada tan hermoso. Por eso me incliné y toqué los pies del niño. Desde ese momento he estado meditando sobre la importancia y la sutil densidad de la Nada y, poco a poco, he ido entrando en ella. Cuando me llegue el momento final, que será aquel en que la vela se apague, sé ya adónde iré, a la misma fuente…

 

 

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