© Alberto Omar Walls
Algunas despedidas urgentes acaecidas entre la gente del espectáculo español últimamente me han recordado el magnífico poema del gran defensor de la teología de la liberación en América Latina, el respetado polifacético Ernesto Cardenal. Es un poema sencillo, casi configurado en oraciones o rezos como quien lo recitara en alta voz, pero en susurros, puesto de rodillas delante de un altar. Me lo imagino, oyéndolo en la voz propia de Cardenal, que rezara en su iglesia solitaria en un amanecer parecido a aquel de hace tantos años atrás en que la deslumbrante, deseada y envidiada Marylin, moría sola e hipnótica en una habitación de una bulliciosa e indiferente ciudad americana.
¿Por qué me recuerda esa Oración de Ernesto Cardenal a esta otra despedida de Sara Montiel, doña Sara o Sarita, como se la quiera recordar, atravesando la Gran Vía madrileña, cuando fue el gran mito femenino de nuestro país durante años? En Sara no cabría ninguna despedida a lo Marylin y sus posible depresiones, y si es que las tuvo seguro que las resolvía echándose adelante, cantando o saliendo a la calle, o dejándose ver en cualquier inauguración o teatro, o simplemente visionando sus películas.
Vi en su día El último cuplé en el Teatro Baudet de Santa Cruz de Tenerife, en mayo de 1957. No tengo a mano a quién preguntarle, pero seguro que se estuvo en cartel todo mayo y parte de junio. Mientras nos llegaban las maravillosas escenas de las mejores actrices americanas del momento, fuera dramas o comedias, Sarita Montiel ocupaba las pantallas de nuestros cines abarrotando sus salas de espectadores durante semanas y meses.
¿Pero por qué me transmite similar tristeza su marcha, como la que en su momento se experimentó ante la de Marylin? ¿Será porque cuando se van nuestros mitos, nos anuncia también nuestra ida? Quizá sea porque una vez, en Madrid, no hace demasiado, en uno de mis viajes cortos para ver teatro, coincidimos en una función como espectadores... Me miró a los ojos cuando también yo hacía lo mismo, y pude presentir en su mirada profunda el hálito de una pregunta.
Hay miradas que solamente preguntan, o indagan, pero que no van buscando respuesta. Algunas son miradas tristes o muy altaneras, pero la de Sarita solo era seria y tranquila, o fulminante, pero profundamente interrogadora, mientras era saludada y tocada por todo el mundo como un gran ícono que aún era del pueblo. Tal la personalidad o carisma que su sola presencia denotaba.
Puede que la vida quizá sea, entre otras muchas cuestiones, un libro lleno de interrogantes. O un curioso libro que cuando se pasan las manos por encima las letras se le desprenden y se caen al suelo como hojas secas. Para cuando eso ocurre, todas las letras de la vida se han trucado en un cúmulo de preguntas: ¿después de esto, qué?, ¿en qué queda todo?, ¿para qué tanta Luchi, tanta Luchi, si se llamaba Luciana? [como dice Gracita Morales con su inconfundible voz graciosa en una película donde, como siempre, hacía de chacha], ¿vale la pena tanto brear? ¿a dónde nos conducen todos esos caminos?...
O, simplemente, preguntar porque sí, porque se quiere saber: ¿tú, por qué no me admiras?, ¿porqué no te rindes a mis pies como todos esos?, ¡porqué no vienes a mí en busca de fama y popularidad?...
No sabría contestar preguntas de las que no conozco sus respuestas: solo sé que ahora puedo recordarla, no por El último cuplé, ni sus pegadizas canciones de Nena, Fumando espero o El relicario… ni por sus otras películas, sino porque una vez se cruzaron nuestras miradas durante unos instantes, supuestamente dejando en el aire el ingrávido peso de una pregunta sólida…
Quizá esta hermosa Oración por Marylin, en la voz del poeta y sacerdote nicaragüense Ernesto Cardenal, valga para recitársela a más de una persona que se haya ido, quizá también para Sarita, porqué no doña Sara, y aún otros más…
[Se puede leer el poema Oración por Marylin Monroe en el pdf adjunto y escucharlo en la voz de Ernesto Cardenal, pinchando el enlace que aparece al final.]