Está ahí...

    Está ahí. Calladito. Tanto, que parece que no está. Y aparenta estar solo, pero no en soledad. Algunos dicen que es cosa de la lava, que se quedó ese farallón rocoso como testimonio de la erupción milenaria.

 

     Puede ser, pero también es posible que se haya alejado a voluntad, para encontrarse a sí mismo, para escapar del estrés de lo cotidiano y la obcecación humana, del exceso de incomunicación o las intolerancias y las ganas de destrucción. Es posible cualquier cosa, como que ya le dé lo mismo todo.

 

     Es su terapia y tiene derecho a buscar el camino que lo conduzca adonde quiera llegar sin tropiezos. Lo cierto es que cuando lo miro, algo se me mueve y eleva la sensibilidad dentro del pecho, me mantiene sereno y, aunque no lo envidio, porque supongo que en este mundo todo es transitorio, admiro su quietud y aparente permanencia. Mas sé también que algún día, cuando sea, se lo engullirá el mar que ahora lo lame y le acaricia los costados.

 

       Como a todos, el movimiento de la vida...

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