Duda y astucia

     © Alberto Omar Walls

 

 

     Va de animales, aunque solo en apariencia...

 

    Al parecer el zorro ataca en grupo, aunque él sea un solitario empedernido. No puede decirse que tenga amigos, aunque, llegado el momento, sabrá reírse de todo el mundo que lo rodea como las hienas. Se posiciona muy poco a poco donde le interesa, sin dejar oír en ningún momento las pezuñas traseras limadas de tanto tascar su ansia sobre la tierra seca. Habla o aúlla tan bajo que ni lo oyes, se acurruca en la esquina alcahueta o rincón umbrío donde se pueda sentir protegido por la oscuridad. En cuando se aviene la penumbra se abalanza sobre la noche. Obsérvalo para cuando llegue, pues proyecta una sombra alargada, fría y espesa. Mas a primera vista no es tan fiero como lo pintan, ya que no le llega al oso ni a la altura de la pantorrilla. Pero cuando el macho ladre o la hembra chille, no te confíes, hay que temerles. Sus dentelladas, y la agilidad en el salto sobre la presa, son prodigiosas. El zorro sí que conoce a su presa desde tiempo atrás. Conoce de ella, lo que ni ella misma sabe. Porque desde su estrategia no improvisa un ataque. Ese aspecto lo conduce a saber observar inmóvil el mismo punto durante mucho tiempo, y conocer la vida por las estaciones y los ciclos vitales. Frecuenta los lugares mórbidos, desde los basureros a los espacios con desechos humanos. Imagínate que cuando los conejos tienen su extraña época de enfermedad, la mixomatosis, opta por alimentarse de ellos. Y aunque omnívoro, sólo en invierno come frutas. ¿Dirías que hace lo contrario de todos si no fuera tan hermoso?

 

     También conoce por el olfato, aunque su vista no sea tan fina como la del lince, pero se esmera tanto que te pudiera parecer que sobre todo ve con el oído, ¿verdad que recuerdas a Shakespeare cuando hablaba de la sinergia de los sentidos? No duda como depredador, sólo, y acaso, si temiera que no tendrá éxito con el ataque. Por eso la duda lo daña, y cuando la decisión se produce, se crece. Será entonces cuando la sombra que proyecta parecerá infinita [“como el mar hecho raya sobre el horizonte”, que dijo hace pocos años en un recital inolvidable la poeta Ana Mª Facundo]. Es inmisericorde con sus enemigos, aquellos que le dan alimento. Porque a todos los trata como presas. Si los atacara, de dos dentelladas la víctima caería fulminada. El zorro tampoco es el dragón, quien ostenta en el ataque el fuego divino. Ni siquiera es el jabalí arrollador. Ni la serpiente lenta y astuta, a quien le puede el jabalí poderoso; y a la serpiente el sapo. El zorro, en verdad, no es sino la transformación de un perro dolorido por el rencor, por la represión sexual y el descontento emocional. En fin, por la falta de amor...

 

    Por todo eso ataca, aunque él no lo sepa. Lo hace para saciar el vacío que lo inunda por dentro y lo acosa por fuera. El rencor le devora las entrañas y necesita paliar su atávico dolor. El zorro sólo puede ser vencido con mucho cariño o con la mayor indiferencia, aunque a veces este hecho lo zahiere en extremo, lo encrespa y puede transformarse en verdadera fiera corrupia, espantable. Todas sus impotencias se conjugan en una perseverante pero encubierta agresividad. Esta verdad es tan antigua como el silencio: una vez que haya destapado su juego, sólo te quedarán dos alternativas para vencerle: llenarlo de besos, confundiéndole con el inesperado amor en el que no cree, o con la indiferencia más absoluta.

 

    En el primer caso, puede adoptar la piel del cordero, en el segundo, cuando lo regalas con indiferencia, como dardo envenenado que es, lo mata. Reflexiona todo esto que te he dicho, y piensa si te recuerda a alguien.

 

      Lástima de zorro, es tan bello...

 

 

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