Novela a escote

 



© Alberto Omar Walls


            Habían cenado copiosamente en el restaurante de pescado fresco llamado El callejón del gato. Sobre todo bebieron con cierto exceso. Estaban satisfechos. Encontrarse una vez al año durante los últimos treinta inviernos no era una tarea fácil de cumplir, si además se tenía en cuenta que los tres vivían desde hacía mucho tiempo en ciudades distintas. Unos pocos días sin familia, mujeres, hijos o nietos, como en el caso de Jorge, era una bendición que repetían anualmente los tres laureados artistas, también, entre otras cuestiones, por sentir el placer de fabular jugando a la creatividad verbal. Pero volvían de la cena envueltos en los humos de alcohol, y la melancolía o el desdén los acompañaba.

 

- Es un insulto, un nieto. De golpe, te ves que eres un viejo. Peor aún, que te han hecho un viejo a la fuerza…-un gatito blanco cruzaba la calzada de lado a lado- ¡Fíjense, un gato blanco en medio de la noche! ¿Qué les parece si empezamos un relato a escote con un gato blanco…?

 

Con la lengua tropezándole dentro de la boca, había hablado Jorge que aunque fuera unos años menor que los otros ya tenía en su experiencia el haber sufrido uno de los primeros impactos de la vejez, el hacerse abuelo.

 

-          …aunque, bueno, me alegro por mi hijo porque eso le ayudará a parar el ritmo de vida que llevaba.

-          ¿A sentar la cabeza, tu hijo? ¡Lo dudo! –rio despiadado Hipólito Estrada- La cabeza de tu hijo es tan redonda como la de los demás pero no la sienta ni aunque la tuviera cuadrada….

-          Siempre has sido muy duro con él, Hipólito.

-          Dejen eso... Estamos aquí juntos otras vez y, como siempre, en estos reencuentros confirmamos que los pasados ideales se han quedado detenidos en el tiempo -protestó Ricardo Lezama- En el mal tiempo…

-          ¡Vaya hombre, claro está, si nada se detiene! No seas inocente, todo cambia a nuestro alrededor…- y extendió los brazos Jorge mostrando la calle detenida y silenciosa.

-          ¿Trajeron paraguas? Parece que está chirimiando. ¿Por qué no nos volvemos para el hotel? El tiempo está un poco raro y creo que amenaza viento o lluvia…

-          ¡Mejor, así nos mojamos de una vez por todas! -rio de nuevo Hipólito a carcajadas, y sus dientes blancos tintinearon mágicamente solicitando de los otros amigos el conciliábulo para la camaradería- Te estás haciendo viejo, tío…

-          ¿De qué lluvia hablas? -se extrañó Jorge-, ¡creo que esta niebla es de calima!

-          Cierto, se presiente algo cálido en el ambiente. Un extraño sopor que no me dejará dormir esta noche. ¿Pero quién piensa en cerrar los ojos? Es muy temprano para irse a la cama. ¿A qué hemos venido si no?

-          Si es preciso, a no dormir...

 

Lo habían ido posponiendo en otras ocasiones, pero este año se habían propuesto fabular una novela a escote. ¿Una novela a escote?, había protestado Hipólito tres meses atrás, cuando empezaron las llamadas telefónicas para especificar día y hora de la cita anual. Además, como era preceptivo para indicar la ciudad del encuentro.

 

-          ¡Este año iremos a Santa Cruz –propuso Ricardo-, entre otras cosas porque allí debe haber buen tiempo y no voy ni se sabe desde cuándo!

-          Y porque aprovecharás para hacer algún negocio de los tuyos allí, ¿no? - le espetó Jorge nada más oírlo.

-          Si propones cualquier otro sitio, también me apuntaría –había dicho Ricardo y, como hubo un silencio largo al otro lado del teléfono, agregó- es una isla, tío, estoy harto de la inmensidad de los espacios abiertos, quiero sentirme protegido por un lugar tan pequeño y cálido, como...

-          ¡Como una placenta!

-          ¡Eso es…, como una placenta!

 

Y quedó claro que ese año se verían los tres en una ciudad tan cálida y segura como una placenta. Y en ella estaban.

 

Un gatito blanco que intentaba cruzar la calzada de lado a lado parecía que no acababa por decidirse.

 

- ¡Ah!, qué curioso… un gato blanco en medio de la noche. ¡Sólo se dan en las ciudades tranquilas y seguras como una placenta!

- ¡¿Vivir seguro?! -protestó de nuevo Jorge con tono despectivo- No hay seguridad posible en ningún lugar, ¿cuándo lo van a aprender? También en una placenta se nace y muere de puta madre… ¡Recuerden que la vida es puro riesgo y a nuestras edades el riesgo es aún mayor!

 

Siempre los gatos corren como una exhalación, pero esa vez se había parado en seco en medio de la calzada, mirando asustado para el grupo formado por los tres hombres que cruzaban la calle y hablaban a voz en grito como si la noche fuera suya. Un rayo o un gato en la noche, detenido en el centro de la calle, no es buena señal. Andaban bien agarrados de sus brazos, pero iban lentos, un tanto tambaleantes, infantilmente inseguros…

 

Un coche rojo entró en la calle a todo correr. El conductor vio sorprendido que había en su camino plantado en la calzada un gato blanco, y sin saber por qué un inesperado impulso lo obligó a frenar al tiempo que torcía el volante sin prever que lo hacía en dirección al grupo despreocupado de tres hombres que cruzaban la calle de manera indecisa.

 

Cuando el felino oyó un fuerte estrépito, se sintió seguro ya para vadear la calle en dirección adonde acababan de poner las bolsas de desperdicios los cocineros del restaurante El callejón del gato.

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